Este pequeño episodio viene a actualizar un debate que hoy en día está más presente que nunca: ¿vendrán las máquinas (con inteligencia artificial) a ayudarnos como humanidad, o serán a la larga algo perjudicial?
Tabla de contenidos
Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes utilizaron la famosa “Enigma”, una máquina que encriptaba mensajes y tenía fama de ser “indescifrable”. El sistema de rotores en el que se basaba daba 159 trillones de combinaciones posibles y los nazis cambiaban a diario la posición inicial.
Poder descifrar los mensajes suponía un desafío casi imposible, pero fundamental, para tener información privilegiada sobre los planes nazis. Esto se hizo particularmente necesario para los ingleses, quienes a partir de 1940 comenzaron a recibir prácticamente a diario bombardeos por parte de la fuerza aérea alemana.
Desde el año anterior, el Servicio de Inteligencia Británico había desarrollado (en secreto) la Escuela de Códigos y Cifrado, liderada por una de las mentes más brillantes de aquél entonces: Alan Turing. Lo que vino después es muy conocido: Turing logra desarrollar una máquina (Bombe) que junto con algunas deducciones lograba descifrar buena parte de las directrices nazis. A principios de 1942, se interceptaron y descifraron alrededor de 40.000 mensajes, que se duplicaron en un mes, logrando finalmente interceptar y decodificar dos mensajes por minuto.
El programa que desarrolló Turing para descifrar los mensajes, puede considerar como una versión súper básica de una Inteligencia Artificial (IA): una máquina que aportaba “inteligencia” a la inteligencia humana. De esa combinación surgió una solución parcial a un gran peligro que estaba enfrentando la sociedad; según el premier británico Winston Churchill, el trabajo realizado por Turing ayudó a reducir entre dos y cuatro años la guerra en Europa, salvando, de este modo, catorce millones de vidas.
Es un experimento conceptual en el campo de la inteligencia artificial. Su objetivo es evaluar la capacidad de una máquina para imitar la inteligencia humana al punto de ser indistinguible de un ser humano en una conversación. En otras palabras, plantea la pregunta de si una máquina puede exhibir un comportamiento tan convincente que los observadores no sean capaces de distinguir si están conversando con un humano o con una máquina. Este test se ha convertido en un referente clave en la discusión sobre la inteligencia artificial y sus límites.
El Test se trata de una conversación entre un humano y una máquina, así como entre un humano y otro humano. La interacción se realiza mediante texto escrito, sin que los participantes puedan verse o escucharse. El juez, que no sabe quién es el humano y quién es la máquina, evalúa las respuestas y debe determinar cuál es cuál. Si la máquina logra convencer al juez de que es un humano al menos el 30% del tiempo durante múltiples sesiones de prueba, se considera que ha pasado el Test de Turing.
Se preguntarán: ¿por qué estarán hablando del Test de Turing en un blog sobre educación? Nos parece una buena excusa para discutir al menos dos cosas fundamentales: si este tipo de programas nos ayudarán en el terreno educativo y si esto es a su vez algo bueno o estamos perdiendo parte de nuestra humanidad. Nos adelantamos a la conclusión: no tenemos respuesta, pero sí nos parece importante discutir algunas cosas.
Hace poco, escuché a un divulgador y tecnólogo argentino plantear la siguiente cuestión: Hoy ya prácticamente de forma automática, prendemos y usamos el Waze o el Maps cuando usamos el coche. Damos nuestro voto de confianza a que el algoritmo sobre el que se basan y la información privilegiada que tienen nos llevarán de la forma más rápida y eficiente a destino.
El hecho de que ya nos hayamos hecho el hábito, prácticamente nos hace olvidar el principio por el cual usamos Waze. Pero si lo hiciéramos consciente cada vez que vamos a utilizarlo, quizás no siempre eligiríamos hacerlo. ¿Siempre queremos llegar antes a destino? ¿O a veces preferiríamos tardar más para escuchar más música mientras conducimos, o preferimos ir por un camino que pasa cerca de un parque o la costa? Al generar la costumbre de siempre tratar de llegar lo más rápido posible a un lugar, quizás nos estemos perdiendo de algo que nos genera bienestar y placer, sentimientos muy importantes para el ser humano.
Lo mismo podría valer para la educación. Desde luego que utilizar herramientas de inteligencia artificial nos puede servir de mucho. Consultarle a Chat GPT o tener una plataforma de gaming nos pueden dar mucha más información y de forma más divertida que la educación tradicional o que ir a leer a una biblioteca, o que hacer una trabajo de grupo presencialmente.
Ahora bien, habrá cosas muy “humanas” que estamos dejando de hacer y que son fundamentales para nuestra sociedad. Es algo que siempre nos tendríamos que preguntar. Los tutores virtuales, como Khanmigo, pueden resolvernos dudas y explicarnos cosas al instante, ya que tienen un algoritmo entrenado para acompañar a los alumnos. Pero, ¿es todo ganancia en esa interacción? ¿O hay algo “humano” de la relación docente-alumno o entre alumnos que estamos perdiendo?.
No hay que perder de vista que aunque todos estos dispositivos pasen el “Test de Turing” no estamos interectuando con un humano. Al trasladar este concepto a la educación en línea, ¿podríamos imaginar un escenario donde la experiencia educativa virtual sea tan auténtica que sea indistinguible de una interacción entre humanos? Y de ser así, ¿esto sería algo bueno o estaríamos perdiendo cosas valiosas de nuestra humanidad?